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Discurso
Nos encontramos en esta Ciudad de Iguala
donde, según cuenta la historia, nuestros héroes proclarmaron la
independencia de nuestra Patria.
Aquí fue
donde por primera vez desplegó a los vientos sus hermosos colores nuestra
bandera nacional; esa enseña bendita a cuya vista nuestros corazones laten de
entusiasmo y nuestra sangre hierve de robusto patriotismo. Y
sobre todo, señores, aquí fue donde los excelsos caudillos de nuestra
independencia con la mano derecha puesta sobre el libro de los Evangelios, con
la izquierda apoyada en el puño de su espada y delante de un Crucifijo,
juraron solemnemente establecer la nueva nacionalidad mexicana sobre los
eternos sillares de estas tres grandiosas ideas: Religión, Unión,
Independencia. Voy,
señores, a hacer una sencilla y rápida exposición de los bellos principios
contenidos en las palabras que sintetizaron los ideales de nuestros padres,
pues considero que ello no es inadecuado a este cariñoso festival con que los
hijos de Iguala saludan a su nuevo Pastor. Al contrario, me parece que siempre
es grandemente provechoso caldear nuestro corazón con el recuerdo de las
grandes ideas que anidaron en aquellas almas sublimes que nos dieron Patria y
Libertad. Yo
siempre he creido en el poder de la cálida remembranza de los grandes
acontecimientos históricos, para templar las almas en las luchas del presente. RELIGIÓN
Señores, los filósofos más profundos y los
sabios más eminentes de todos los tiempos y de todos los países del mundo,
han consagrado el poder de su extraordinaria inteligencia al estudio de
ciertos problemas trancendentales para toda la humanidad. Pero después de
consumir sus energías en sus gabinetes de estudio o en sus laboratorios de
experimentación, se han quedado con la misma ansiedad en el alma, con la
misma amargura en el corazón, con la misma incertidumbre en la inteligencia y
con la misma inquietud en la conciencia.
Los problemas relativos a Dios, al hombre, al mundo y a la sociedad,
sólo puede resolverlos la Religión, es decir, la Palabra de Dios,
descendiendo de lo alto como un rayo de luz para disipar las tinieblas, como
un faro luminoso para señalar las sendas que deben seguir los hombres y los
pueblos, o como una madre cariñosa que restaña heridas y brinda consuelos.
Por eso, la religión ha sido considerada como el fundamento de la vida
individual y social por los más preclaros ingenios y por los pensadores más
profundos de todos los tiempos. Citaré algunos de la antigüedad y otros del
campo contrario para que no pueda tachárseme de imparcialidad:
“Socava el fundamento de la
sociedad el que destruye el sentimiento religioso”, dice Platón en el Libro
de sus Leyes.
“Las ciudades y naciones más
piadosas, han sido siempre las más duraderas y más sabias”, asegura
Jenofonte.
Plutarco afirma contra Coltes, “que es más fácil fundar una cuidad
en el aire, que constuir una sociedad sin le creencia en los dioses”.
El mismo famoso autor del Contrato Social, que tanto mal ha hecho al
mundo, dijo: “Allí donde hay una sociedad, la religión es de todo punto
necesaria”.
Plinio advierte que “el sentimiento religioso es todavía más
necesario que otros en los pueblos libres”.
La razón, la experiencia y la historia enseñan de consuno, que la
Religión es necesaria para la vida y el florecimiento de los pueblos. Por eso
nuestros padres y nuestro héroes pusieron como uno de los fundamentos que
constituían la nacionalidad mexicana, la Religión.
Y bien, Ilustrísimo Señor, la Diócesis Chilapense, cuyos destinos
vais a regir, es un campo inmenso, en el que pueden deplegarse todas las
actividades religiosas. Pueblos innúmeros están deseosos de que se derrame
sobre sus almas la luz de verdad religiosa. Muchedumbres inmensas están
esperando para ellas un nuevo día y que suene la hora de su primavera
espiritual.
Las propagandas de las doctrinas impías se hacen con actividad y con
abundancia de recursos materiales.
Pero no importa, porque los hijos de estas zonas tropicales ne suelen vender
su conciencia ni cambian a Cristo por Barrabás.
Bien puede venir en abundancia el oro de Norteamérica a comprar almas
guerrerenses para el protestantismo, que no encontrarán quien se las venda,
porque nuestros pueblos nunca han sido traidores ni a Dios ni a su Patria. UNIÓNLa
unión en el pensamiento y en la voluntad y en las aspiraciones, es el
fundamento insustituible del progreso, y por consiguiente, unidos en el
supremo ideal, son pueblos que marchan firmes por las sendas del progreso. En
tanto que los pueblos que viven desunidos, son peublos que si no caminan hacia
la disolución, se estancan, se momifican , se convierten en un desolado
páramo donde no se ve más que la imagen de la muerte. En
la pasada Guerra Mundial y en los presentes días, una nación europea nos
está diciendo con avasalladora elocuencia, cuánto puede un pueblo unido. Ya
sabéis que me refiero al poderosos pueblo Alemán. Yo
no soy partidario de nungún pueblo de la tierra, pero la imparcialidad
filosófica y la verdad histórica me obligan a saludar con admiración y
entusiasmo a un pueblo que no se rinde no al hambre, ni a la peste, no a las
bayonetas que se les clavan en el pecho. Desgraciadamente,
señores, nosotros los mexicanos, no obstante que somos profundamente
patriotas, que sentimos agitarse con fuerza nuestros corazones a la vista de
nuestra banderan, o al oír las notas guerreras de nuestro canto nacional, que
el nombre de México nos electriza y conmueve, no hemos podido formar una
fuerte unidad nacional. Dividida la Nación en múltiples banderas de orden
político, el espíritu de desunión penetra en los individuos y hasta
perturba la paz de los hogares. Si
preguntáis por qué estos pueblos que cuentan con tantos recursos materiales,
no han progresado como debieran, se os responderá
invariablemente que la desunión en que han vivido y en que viven aún,
ha sido la causa de su atraso. Mientras
otros pueblos de la tierra, caminan velozmente en la rugiente locomotora del
progreso, nosotros nos hemos quedado disputando sobre asuntos baladíes, en
los mismos andenes de donde los demás partieron. Un
siglo de vida independiente, en vez de haberlo consagrado a fomentar nuestra
unión, lo hemos dedicado a mostrarnos los unos a los otros y a destruinos con
ferocidad. La
labor de unir a todos los hijos de Guerrero, Illustrísimo Señor, es una
labor profundamente cristiana y altamente patriótica y no es difícil
realizarla, porque el alma de nuestro pueblo es una alma sencilla y tierna
como una canión pastoril y suave como una baracola; lo único que se necesita
es que haya alguien que la comprenda y que la lleve por la árida senda del
cariño hacia el vergel de la unidad. Las ovejas que triscan alegremente por
estas surianas praderas conocen, escuchan y obedecen la voz de sus pastores.
Yo creo, Ilustrísimo Señor, que vos vaís a realizar entre nosotros
las grandes empresas que realizasteis el las tierras tamaulipecas, en donde
habéis dejado los monumentos más elocuentes en vuestro celo pastoral. Estad
seguro, aquí como allá, encontraréis almas que secunden vuestra labor y
ejecuten vuestras órdenes.
Reunid a todos vuestros diocesanos en un solo corazón y en una sola
alma para gloria de la Religón y progreso de la Patria; será el blasón más
ilustre que pueda ostentar la historia de vuestro pontificado en la Diócesis
Chilapense. INDEPENDENCIAParecerá
extraño, señores, que yo me refiera a este asunto en un festival como éste,
pero no lo es de ningún modo como lo vais a ver. Las
conquistas del mundo, las más hondas y duraderas, son las que se verifican en
el orden de las ideas, por eso los pueblos imperialistas, los que pretenden
subyugar a las demás naciones, los que ambicionan ver atados a los carros de
sus truinfos a pueblos innúmeros, comienzan por hacer una intensa propaganda
de sus ideas. Las
vanguardias de los ejécitos conquistadores siempre son los emisarios del
pensamiento. México
tiene por su forntera norte, a un pueblo poeroso, pueblo que ejerce una
irritante hegemonía en todas las naciones de este continente americano. Este
pueblo cuyo rápido engrandecimiento es la adimiración del mundo, pero cuyo
espíritu dominador es aborrecido también, por todas las naciones
latinoamericanas, ya hace tiempo que nos está enviando numerosas caravanas de
pacíficos conquistadores. Ya
sabéis que me refiero a
los millones de dólares que las sociedades bíblicas americanas, invierten en
la conquista pacífica de México, mediante la propaganda del protestantismo,
que aunque sólo tuviera por mira la ilustración de las masas, allá en su
País tendrá mucho que ilustrar y moralizar, pues mucho lo necesitan sus
pueblos, sus negros y sus pieles rojas. Yo
no sé cuál haya sido la ilustración que el Protestantismo haya llevado a
las Islas Filipinas, Hawai, Panamá, Cuba y otros países, pero sí sé que
tras el ministro protestante ha ido el funcionario o el militar para agregar
una nueve estrella al Pabellón de las Barras. Pues bien, la conservación de
la independencia de la patria, de la independencia que en esta cálida Iguala
proclamaron nuestos padres, exigen todos los patriotas opongan una barrera
inderribable a la funesta propaganda de los conquistadores pacíficos. Voy
a pronunciar el nombre de un escritor esclarecido, como tribuno y como
escritor, aunque abieramente antireligioso. Su
testimonio, por lo mismo, es insospechable en la materia. Me refiero a Don
Ignacio Altamirano, hjio de este Estado, con toda su ardiente fe de niño y
con robusta entonación, afirmó que “el Tepeyac es el baluarte de la
Independencia mexicana. Mientras subsista el culto a la Santísima Virgen,
sobre aquellos riscos aparecida, los corceles de los conquistadores no
profanarán nuestro suelo y nuestra bandera seguirá siendo la única soberana
en el florido jardín de América….” Ya
veis, señores, como la idea religiosa está intimamente ligada con la idea
patriótica. Por Dios y por la Patria, ha sido el alto ideal y el lema
glorioso que ha inspirado a los corazones nobles de todos los tiempos y de
todas las latitudes. Ilustrísimo
y Rvmo. Señor, por mi humilde conducto, el clero de esta histórica ciudad de
Iguala, y los hijos todos de ella, os dan la más cordial y sincera bienvenida.
Con
la ingenuidad de arroyuelo que parlotea gozoso por entre las praderas
esmaltadas de flores, y con la suave sinceridad del jilguero de nuestros
bosques que desgrana sus notas de cristal saludando a la naciente aurora, los
hijos de esta ciudad, urna sagrada que guarda los recuerdos más fieles de los
acontecimientos más transcendentales de nuestra historia, os dicen que os
aman y que mostrarán sumisos a vuestras superiores órdenes. En
esta ciudad de Iguala tendréis siempre, Ilustrísimo Señor, una legión de
corazones fuertes y de almas bien templadas para la lucha social que
seguramente vais a emprender; contaréis con la inquebrantable constancia de
los hijos de este lugar. Y
si la tormenta arrecia, si las hestes enemigas acometen con furor, si la lucha
se hace cruenta, si la tierra trepida bajo nuestros pies por lo hondo de la
tragedia, estad seguro, Ilustrísimo Señor, que los hijos de Iguala
repetirán la frase napoleónica: “La guardia muere, pero no se rinde”.
Este es el discurso de bienvenida
que el Padre David dió al Monseñor Ortíz a su llegada a la ciudad de
Iguala. Tomado del libro Beato
P. David Uribe Velasco, Vida y Martirio, escrito por el Padre José Uribe.
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